Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

◖ 21 ◗  

ED.

Diferentes métodos mismo resultado...

Déjenme decirles que no había más verdad que esa, era cuatro palabras que describían a la perfección lo que nos estaba sucediendo. Una frase que podía tener diversas maneras de ser vista, ya fuera por algo malo o bueno, pero que al final, y como en ella estaba escrito, cada situación terminaba igual. Sin importar el tema en que estuviera enfocada, el cierre del ciclo no cambiaba por más que intentaras una y mil veces.

Sinceramente no me esperé que, después de los intentos fallidos, tuviera que regresar, tachar algunas cosas y volver a empezar desde cero solo porque una paciente parecía inmune a nuestra forma de trabajar, o mejor dicho, a la psicología en sí. Años de conocimiento y experiencia para que una mujer con trastornos apareciera y pusiera en duda absolutamente todo, solo una persona hizo falta para que lo que se creía imposible se hiciera posible. Solo bastó un ser humano para saber que, por más que nos preparáramos lo suficiente y estudiáramos nuevos temas, jamás llegaríamos a saber todo lo que ocurría dentro de la mente de los demás. Podían llamarnos profesionales pero si nos hubiesen visto en esos momentos nos hubieran dicho cobardes e ignorantes por temerle a una enferma mental y, a su vez, por no saber cómo tratarla.

La verdad era que, después de tanto esfuerzo por hallar una solución, no sabía qué rumbo seguir. Había pasado tan rápidamente, que aún no lo creía y supuse que me llevaría tiempo aceptarlo. Volver al comienzo por tercera vez no era algo que quería, pero que sí o sí tenía que hacer. Como profesional no conocía el límite; si había alguna falla o error tenía que iniciar de nuevo y no darme por vencido porque de eso se trataba, de encontrar la cura a todas las enfermedades mentales habidas y por haber.

Además, no era como si fuera a echar por el drenaje todos los años que llevaba allí solo porque a alguien en particular parecía no funcionarle lo que hacíamos con ella, sería todo lo contrario; continuaría, tal vez de mal humor y sin paciencia pero con dedicación y decisión ya que lo importante era avanzar y no rendirse.

Después de todo, habíamos trabajado tan duro que sería un gran desperdicio mostrar una bandera blanca y dejar el asunto inconcluso, por no mencionar el hecho de que quedaríamos como unos idiotas que no podían superar un obstáculo tan simple como lo era el buscar otros métodos de conseguir lo que nos habíamos propuesto y no quedarnos a mitad de camino. Y tal vez había sido algo agotador y demasiado complicado; un caso que nos quitaba todo pensamiento y razonamiento correcto que llevábamos dentro, vaciando por completo esa capacidad que teníamos de controlar nuestras emociones y actitudes. Quizá el darle nuestro tiempo y atención a ese caso más que a cualquier otro había sido el problema, nos habíamos enfocado solo en Cabrera que perdimos todo lo demás, pero ¿Cómo no hacerlo cuando ponía en duda las cosas que creías?

¿Cómo no enfrascarse en algo que parecía impresionante y a la vez alarmante? Una paciente que se manifestaba un tanto reacia respecto al tratamiento, aun cuando seguíamos las indicaciones al pie de la letra y no debíamos de encontrarnos con situaciones donde el consumidor dejaba en claro que nada lo detendría. Alguien que, por más que estuviera bajo un procedimiento especial, no mostraba ni daba ningún indicio que nos hiciera saber que la medicación surgía efecto. Miles de párrafos leídos con diferentes estrategias y explicaciones para llegar a un punto donde no se veía salida. Nos hallábamos frente a un enorme muro que nos impedía avanzar y eso solo lo empeoraba todo.

No podíamos seguir de la misma manera y dejar que el problema no nos dejara dormir por las noches. Porque sabía que, entre más tiempo pasara, las dificultades también aumentarían con el correr de los días, y eso solo sería otro riego. Y no estaba hablando sobre nuestra profesión, ya que ese tema quedaba de lado, sino que me refería a Alejandra; cuando ella ingresó solo tenía un trastorno, casi nueve meses después, ese trastorno pasó a ser dos? por lo tanto llegué a la conclusión de que si no hacíamos algo pronto para poder solucionarlo, estaríamos yendo contra reloj y eso solo empeoraría a Cabrera.

Si todo seguía por el rumbo en el que estaba andando hasta ese entonces, ¿Qué sucedería con ella en dos meses más? ¿En seis? ¿En un año?

Si su mente ya la llevaba a un mundo de fantasía siempre que ella quería, ¿Hasta dónde podría llegar en tan solo un par de semanas más?

¿Volvería a ser la misma?

¿Lucharía para regresar a la realidad una vez más o se rendiría ante las alucinaciones? ¿Le daría guerra a la demencia o permanecería con ella para siempre?

No quería siquiera pensarlo, ya tenía demasiado con estar al pendiente de ella siempre que podía y soportar que me llamaba con ese diminutivo que tanto odiaba. Necesitaba encontrar la cura aun cuando no supiera qué le podría funcionar y en dónde tendría que rebuscar para obtenerla. Tenía una cosa en clara y esa era que, sin importar los impedimento, la ayudaría costara lo que costara y me llevara el tiempo y sacrificio que me tuviera que llevar. Si tenía que pasar noches en vela por ella encerrado en la oficina del psiquiátrico o en la que tenía en mi casa, lo haría pero una maldita cuarta recaída no estaba dispuesto a vivir. Y por más que todavía no supiera qué problemas traería la tercera, veía venir varios momentos incómodos, violentos y desagradables. Lo sentía en el aire, pero también sentía que, después de todo lo malo, se aproximaba algo grandioso, y de corazón pedía no estar equivocado.

Necesitaba volver a respirar sin la sensación de que me estaban estrangulando, metafóricamente hablando por supuesto. Supuse que así se sentían los demás cuando sus problemas eran tan enormes que les era casi imposible llevar una vida normal después de tanto ajetreo laboral; el descansar mentalmente cuando lo único que lograbas ver eran cosas malas, el comer relajadamente mientras que tenías una charla tranquila, el tomar una lenta y reconfortante ducha sintiendo como la tensión muscular se iba, eran cosas que ya no podía disfrutar gracias a ella. Tantos meses sin lo que tanto estaba acostumbrado a tener, no podía traer nada bueno, ni para mí ni para nadie.

¿Desde cuándo el comportamiento adecuado y decente había salido de viaje? ¿Cómo había sido posible que un solo paciente pudiera sacar lo peor de nosotros en tanto poco tiempo?

¿Desde cuándo lo que más amaba se había vuelto mi lata de irritación personal?

Estaba cansado; el no poder recargar mis energías como tanto me gustaba, el no tener tiempo para estar con las personas más importantes en mi vida y perderme de muchos momentos que ya no ocurrirían dos veces, el no poder salir a pasear a un parque cualquiera y ver a mis dos princesas contestas era algo que me estaba desgarrando el alma. Tenía una familia con quien deseaba pasar el día entero sin detenerme ni distraerme por nada ni por nadie pero, por el extraño caso de Cabrera, solo podía ofrecer un par de horas de diversión y compañía, tiempo que avanzaba demasiado rápido para mi gusto, y no me dejaba convivir como antes solía hacerlo.

Tanto mi vida personal como laboral se había vuelto una total locura que solo provocaba que el enfado me dominara y lo echara todo a perder. Y sí, quizá demostraba mucho odio hacia Alejandra, pero verdaderamente no lo sentía así. Ella solo era una paciente que no tenía la culpa de lo que sucedía dentro de su cabeza, no tenía el control para manejar la situación y tratar de operarla a su manera. Podía decir que el medio interfirió en mi relación con ella y que, si su mente no hubiera estado tan dañada, no la trataría de la forma en la que lo hacia, podía decir muchas otras cosas más pero nada quitaría el hecho de que estaba agotado e irritado. Y no estaba hablando por su comportamiento sino porque mi carrera no era lo suficientemente buena y no le bastaba para su recuperación. Había gastado todos los recursos que tenía entre mi manos para ayudarla y aun así estábamos donde estábamos, eso era lo que me pasaba y la razón por la cual parecía detestarla.

Ante los ojos del mundo mi actitud hacia ella era tosca y poco ética, y podría incluso jurar que más de uno tenía el pensamiento de que le deseaba lo peor, pero la realidad era muy diferente.

Sí, detestaba a alguien en mi vida pero no era la persona que los demás creían. Sentía odio hacia mí mismo porque, aunque lo hubiera tratado con todo, nada podía ayudarla; su caso se mantenía de la misma manera que desde meses atrás, no habían avances y comenzaba a creer que estábamos en un retroceso y que terminaríamos peor a que como habíamos iniciado. Quería ver evolución en su caso, no un maldito fracaso que ponía en riesgo todo lo demás.

Y sí, Alejandra Cabrera se había llevado toda mi paciencia, y tolerancia, pero también se había llevado la poca amistad que tenía con Víktor dentro de ese edificio. Nos habíamos llevado bien al comienzo; por supuesto que con la distancia y casi nula conversación que dos compañeros de trabajo podían llegar a tener al no sentir la confianza suficiente como para hablar de otras cosas que no tuvieran que ver con lo que ocurría en ese lugar. Supuse que la regla de: «no confiar en los pacientes» también era válida para con todos los que vestíamos batas médicas, por lo tanto el parloteo entre Heber y yo en un pasillo era algo que no se había visto jamás a lo largo de esos años, ni siquiera sabía si alguna vez nos habían escuchado hablar más de dos palabras. Éramos dos hombres adultos, responsables y trabajadores que sabían diferenciar entre el momento de charla, el de indiferencia y el de obsérvanos como si quisiéramos matarnos, ese último lo utilizamos casi a diario.

En fin, volviendo a lo importante; la base que se necesitaba para entablar una amistad ya estaba sólida pero cuando la primera recaída llegó, toda buena conducta e intención de cambiar nuestras actitudes también se fueron. Detestaba ver como me miraba con odio cada vez que yo hablaba mal de ella, o cuando fingía que su pasado era algo insignificante. Conocía la desgarradora historia de Alejandra, pero era mejor hacer de cuenta que no era importante en vez de aferrarme a la idea de que si alguien o algo lo hubiera impedido ella no estaría ingresada en el psiquiátrico. Sabía que cuando una tragedia sucedía, el ser humano tendía a pensar e incluso crear una escena totalmente diferente donde nada malo ocurría, ¿Y para qué? No lo entendía, si al final el resultado no cambiaba ¿Por qué tomarse el tiempo de pensar en algo que continuaría igual? ¿Por qué lastimarse todavía más?

Supuse que algo parecido le pasaba a Víktor y por eso se mostraba tan reacio conmigo, ¿Se culpaba de algo? Al recordar lo que le sucedió a Cabrera, ¿Se lamentaba? Lo mejor era no pensar en ese asunto porque yo también terminaría igual, y no me favorecía en absolutamente nada.

Si tenía que mostrarme indiferente ante todo con tal de no seguir recargando de piedras la mochila imaginaria que llevaba en mi espalda, lo haría. Ya tenía demasiados conflictos como para agregarle la idea de que había existido la posibilidad de evitar la tragedia que le había ocurrido a ella.

Debía de dejar a un lado el pensamiento de ponerme en sus zapatos, la típica pregunta de «¿qué hubiera hecho yo?» era algo que quería evitar a toda costa porque sino terminaría tan paranoico que le prohibiría a mi familia salir de la casa. Tenía que verme seguro ante todo el mundo, así como lo había hecho desde niño.

Mi niñez me había enseñado a ocultar mi debilidad, y a enseñar los dientes en caso de ser necesario. Mi adolescencia me enseñó a no rendirme y seguir mis sueños hasta convertirme en un profesional. Mi adultez me había enseñado a que ocultarse detrás de un teatro repleto de indiferencia, era lo correcto; que si se debía de actuar para proteger a quienes quería, tenía que usar esa herramienta sin pensar en nada más.

Por lo tanto continuaría con mi actuación preocuparme por las grandes intenciones de golpearme que Heber comenzaba a manifestar mediante palabras, quizá más adelante me tomaría el tiempo de comprobar que tanto enojo guardaba ese ojiazul.

Lo importante en ese momento era tomar una bocanada de aire y centrarme en no salirme de mis casillas en cuanto la oyera.

El duro y grueso cristal que formaba el rectángulo de la puerta me permitió ver lo que ocurría dentro del cuarto de aislamiento; mientras que las paredes y suelos se mantenían claros e inmóviles, había algo bicolor que se trasladaba de un lado a otro. Alejandra caminaba casi en círculos con la mirada agacha, la camisa de fuerza que llevaba puesta hacia contraste con la parte inferior oscura del overol. Sus pasos eran lentos y perezosos, supuse que ya estaba aburrida de solo ver blanco y no tener nada más que una pequeña cama adornando el espacio acolchonado.

— Doctor Lockwell.— me saludó Campos.

Fruncí el ceño, dirigiendo la mirada al lugar por donde provenía aquella voz; el guardia se encontraba a pocos centímetros de la puerta observándome detalladamente. Su postura erguida y sus manos detrás de su espalda, dejaba en claro que había estado en la milicia por al menos un tiempo. Nunca se lo había preguntado, tampoco era algo que me importara en realidad.

— Matthew.— hice un movimiento de cabeza.— ¿Hace cuánto que despertó?

— ¿Media hora? Sinceramente, no lo sé.— puse los ojos en blanco antes de llevar los dedos índice y pulgar al puente de mi nariz ¿Para qué estaba allí si no era para darme toda la información que necesitaba de la paciente?

— ¿Ha dicho algo?

— Estuvo hablando sola por algunos minutos,— comentó con cierto tono de desagrado— Es extraño escucharla y verla charlando con la pared. Desearía poder grabarla, sería un buen contenido.— soltó una risa de entusiasmo.

Mis puños, al igual que mi mandíbula, se apretaron en cuanto esas estúpidas palabras salieron de su boca.

Y tal vez mi trato hacia ella era malo, pero el de Campos era mucho peor. Tan desagradable desde siempre y supuse que, después del puñetazo que recibió, su actitud engreída aumentaría, por no decir que el fastidio y enfado sería superior.

— Tu trabajo es cuidar y vigilar, no crear videos para que puedas divertirte a costa de los demás.— le dije, no queriendo pensar demasiado.

— Sí pero, con algo tengo que pasar el rato.

— ¿No tienes una vida fuera de estas paredes? ¿Amigos? ¿Pareja?

— Mi vida es mi trabajo.

— Bien, entonces cuida tu vida y no hagas estupideces que puedan dejarte sin empleo, ¿Entiendes?— pregunté, viendo que el gris de sus ojos se oscureció.

Matthew tragó saliva antes de asentir.

— Entiendo.— contestó, y supuse que lo que tragó fue el enojo y maldiciones dedicadas hacia mi persona— ¿Ya va a entrar?— quiso saber, en un intento por cambiar rápidamente el agrio ambiente a uno más tranquilo.

— Todavía no, quiero ver su comportamiento.— expliqué, devolviendo mi atención a lo que sucedía dentro de la habitación.

— De acuerdo.

Me quedé observándola por unos segundos, juzgándome a mí mismo por ser tan idiota y no saber tener autocontrol; ella era una mujer indefensa que no solamente tenía que luchar con todo lo desconocido que se presentaba ante sus ojos, sino que también tenía que batallar consigo misma, con su propia mente. Aquel órgano tan maravilloso que se puso en su contra para divertirse y dejarla varada entre medio de fantasías, la dejó a su suerte para que tuviera que enfrentarse a la realidad de una sola vez y sin oportunidad de pedir tiempo fuera. Sin anestesia le tenía que dar la cara a su pasado y aceptar todo el sufrimiento que tuvo que sentir meses atrás.

Recordando su historia una vez más, me pregunté por qué no cambié. Si conocía su dolor, ¿Por qué seguí tratándola de esa forma tan poco común en mí? ¿Por qué no aceptaba que, si me hubiese ocurrido a mí, estaría igual o peor que ella?

Cabrera era una mujer fuerte y especial que había vivido por una situación que para un ser humano normal le hubiese parecido imposible el no dañarse a sí mismo únicamente para quitarse el dolor que le hacia arder el pecho, emocionalmente hablando. En cambio, ella había encontrado la formar de liberarse de una porción de su sufrimiento sin lastimarse, demostró lo que llevaba dentro y por ello se convirtió en una enferma mental.

Esa mujer empoderada, bonita y astuta terminó no solo con su libertad, sino que también con mi entusiasmo. Y por más que entendiera que solo era una paciente y que literalmente no tenía culpa de nada, todo ese asunto me había comenzado a superar a un gran velocidad. Sabía que actuaba de una forma inapropiada pero era algo inevitable cuando me sentía un completo fracaso. Años de trabajo que no parecían servir, haciéndome sentir impotente. Un inútil que no sabía lo que hacia, alguien que solo cometía errores.

Y aún así, sabiendo que no debía señalar el caso de Alejandra como mi maldición ni mucho menos gritarle e insultarle, seguí actuando de la misma manera. Manifestar mi altanería, prepotencia y rabia se había vuelto costumbre para mí en un plazo de pocos días que fue difícil intentar regresar a lo que antes fui. Supuse que, entre los comentarios del demonio y los del ángel, preferí escuchar y seguir los del ente con cuernos, cola y tridente. Me dejé consumir por la negatividad, el enfado y muchas otras cosas, que ya no supe hallar la salida.

Aquel psicólogo apasionado por su trabajo, carismático y tolerante se había esfumado sin intenciones de regresar, se había envuelto entre tanta oscuridad que ya no vio la luz. Solo había quedado alguien que usaba una bata blanca, y que atendía pacientes por obligación. Mi cuerpo constantemente se movía remotamente, carente de alguna emoción que le hiciera saltar de entusiasmo. Ni siquiera el llegar a casa y ver a mis princesas me llenaba de alegría con antes de lo hacia. Mi trabajo se había convertido en mi desgracia, y solo yo tenía la culpa.

Di un paso al frente cuando vi que los labios de Alejandra se estaban moviendo, le había hablado al aire. Noté su postura que, además de mostrarse cansada, parecía irritada, ¿Acaso esa silueta tampoco le hacia caso?

Tenía conocimiento de como, después de la primer recaída, ese ente había comenzado a fastidiarla con sus apariciones disque aterradoras que variaban entre pesadillas dentro de su mundo de fantasía y la realidad. La había escuchado gritar muerta del pánico; diciendo que esa cosa quería acabar con ella, oí un par de veces súplicas para que la salvara de su propia creación antes de que fuera demasiado tarde.

Sabiendo que su amigo imaginario todavía existía para ella, entré en razón y comprendí que nada había cambiado; que ese regreso a la vida normal había sido igual que las veces pasadas. La esperanza que quise sentir por al menos un segundo se esfumó frente a mis ojos al darme cuenta de que su comportamiento continuaría por el rumbo que había tomado hasta entonces Creí que el golpe que le otorgó a Matthew había sido una clase de señal que ella nos estaba dando, un indicio de que en esa ocasión lucharía contra la demencia... no pude estar más equivocado.

Precisamente en ese momento, noté que el empoderamiento que sentí por su parte esa mañana no era más que una faceta con una duración un poco corta y que cuando terminase le daría lugar a su personalidad débil, frágil e insegura. Porque si algo había estado escrito en su historial médico desde el día uno, era que Alejandra contaba con dos tipos de personalidades; una que la dejaba como a una niña pequeña e indefensa y otra que le permitía obtener seguridad y fuerza.

Y tal vez podíamos diferenciarlas pero no controlarlas, ni mucho menos saber sus verdaderos potenciales.

— Abre la puerta.— le ordené a Campos, dándole espacio y corriéndome a un lado.

El guardia se quitó el juego de llaves que tenía en la cinturilla de su pantalón oscuro y buscó la que le pertenecía a aquel cuarto. Relamí y mordí mis labios sintiendo como la adrenalina comenzaba a burbujear dentro de mí, por primera vez después de semanas, el entusiasmo había hecho acto de presencia. El correr de la sangre por mis venas aumentó al igual que el latir de mi corazón, llenándome de un poder ilimitado.

Mientras que mi pierna pisó fuerte cuanto el chillido de la puerta me dio camino libre hacia la habitación, Cabrera detuvo todo movimiento abruptamente entregándome toda su atención. Matt mantuvo sus manos sobre la perilla en todo momento, permitiéndome ingresar sin problemas. Avancé hasta quedar a una distancia segura y tan solo eso fue suficiente para oír como el metal era cerrado una vez más.

Los ojos oscuros de Alejandra me dieron la bienvenida rápidamente, aquel brillo sincero y repleto de emoción estaba allí y solo era por mí. Quizá en otra situación, el ver su felicidad me habría agradado y también le hubiese mostrado cierto apego, pero estando parado en ese lugar era algo imposible. Sin mencionar que cualquier tipo de afecto entre doctor–paciente estaba casi prohibido por seguridad propia, sabía que si llegaba a desarrollar alguna clase de cariño dentro del psiquiátrico solo me causaría disturbios.

Además los recuerdos de su fantasía también me lo impedían; su manera de nombrarme, la loca idea de que éramos mejores amigos. Todo había sido una añadidura para que no pudiera enseñarle que verdaderamente no la odiaba, incluso podía decir que la quería. Y sí, sería mal visto por los demás pero la conocía y sabía que ella se merecía toda la contención y afecto del mundo.

Pero, estando en ese cuarto, en ese edificio, debía de ocultarlo todo porque así lo había decidido. Una vez más Ed Lockwell se colocaba la máscara de indiferencia y le daba inicio a su actuación.

Entonces mi rostro mostró un gesto de disgusto y mi boca liberó un bufido al presentir su manera de llamarme. Entretanto ella solo sonreía con alegría por verme, cosa que no pude corresponder.

— Eddie.— me saludó con el patético diminutivo que su imaginación había creado, y que pensaba que me agradaba.

— Mi nombre es Ed.— le recordé por segunda vez en el día.

Quizá sonaba estúpido, a lo mejor podía dejar que me llamara como ella quisiera, pero no lo haría. Primero porque no me gustaba que cambiaran el nombre que mi madre me había puesto, ya que era lo único que me quedaba de ella. Y segundo, porque no iba a permitir que siguiera confundiéndose más de lo que estaba. Si mi intención era ayudarla para que lo recordara todo, debía de comenzar con algo sencillo como era recordarle mi verdadero nombre.

Si tenía que contradecirle lo haría sin pensarlo.

No la dejaría en la absurda fantasía de su cabeza; la sacaría de allí y la traería a la realidad y no únicamente porque ese era mi deber, sino porque también así lo deseaba. Tenía que hacerlo… y aunque fuera muy doloroso para ella el recordarlo todo trataría de darle las herramientas necesarias para lograrlo.

Alejandra desvió la mirada y asintió.

— Yo… yo lo siento, Ed.

Suspiré pensadamente pidiendo no tener que volver a escuchar el diminutivo o terminaría arrancándome el cabello en acto repleto de frustración.

— Si no recuerdas cómo me llamo puedes decirme doctor o Lockwell, no tengo problema con eso.— le aseguré, todo era mejor que «Eddie»

— No, no. Así está bien.

— De acuerdo, ¿Cómo te sientes?

— B-bien.

— ¿Segura?— asintió una vez más, sin despegar la vista del suelo— Alejandra, mírame...— con nerviosismo sus ojos chocaron con los míos— ¿Cómo te sientes?— intenté de nuevo.

— Bueno... la camisa me molesta.

Por supuesto que portar esa prenda era una molestia, ya con solo observarla podía notar la incomodidad. Las hebillas y correar eran demasiado gruesas y a simple vista parecían estar más ajustadas de lo normal.

Alcé una ceja.

Yo la había acomodado perfectamente bien y como siempre lo hacia, apretando lo suficiente pero dejándole espacio para que nada llegara a molestar. Incluso había dejado el cuerpo inconsciente de Alejandra sobre la cama, su cabeza quedó cómodamente sobre la almohada antes de que la dejara bajo el cuidado de Campos.

¿Acaso el guardia tenía algo que ver con su molestia? ¿Había aprovechado su tiempo a solas para hacer de las suyas? ¿Esa era su forma de vengarse por el puñetazo que le obsequió?

Maldito bastardo.

— ¿Podrías quitármela?— su voz femenina me quitó de mi ensoñación.

Aclaré mi garganta, ya tendría tiempo para hablar con el hombre de seguridad y dejarle un par de cosas claras.

— Sabes que eso es imposible, no me arriesgaré a...

— Sobre eso, yo…— hizo una pausa y miró hacia la puerta con tristeza— Yo quería disculparme con Matt por haberlo golpearlo, no fue mi intención.

Abrí mis ojos en grande.

Eso era nuevo.

Era la primera vez que se disculpaba tan rápido y por voluntad propia. En la última recaída habíamos esperado por días alguna palabra de su parte que no fueran gruñidos de odio; gritos de ayuda o maldiciones. Diría que ese era nuestro primer encuentro profesional donde hablábamos normalmente desde que había ingresado al psiquiátrico, y el hecho de que tuviéramos esa conversación el mismo día en que había despertado de su fantasía le daba un punto a favor.

Había cambiado algo, solo esperaba que fuera para bien, y que no hubiera nada que pudiera detenerla o atrasarla en su recuperación.

Por un momento, sentí felicidad, quizá esa vez todo sería diferente ¿De eso se trataba la sensación de que, al final, ocurriría algo grandioso? ¿Por fin Cabrera estaría bien? A lo mejor podría dejar todo mi mal humor de lado, y tratar de llevarme bien con ella y con Víktor como lo hacia antes. Si todo pasaba como esperaba, estaba seguro de que así sería.

— No te preocupes, todo está bien.— dije, restándole importancia. Después de todo, Campos no se merecía esas disculpas.

— ¿Qué pasó conmigo? ¿Por qué estoy aquí?— preguntó, quitando toda pizca de alegría en mi sistema.

Estaba más despierta, antes no había preguntado algo referente a lo sucedido ni siquiera había pedido alguna explicación del por qué estaba allí, simplemente lo recordaba y ya. Había estado presente cuando su mente le devolvía su pasado tan bruscamente que Alejandra terminaba con un ataque de pánico, llorando y llamándome porque solo confiaba en mí. Eso había pasado solo porque la personalidad más vulnerable era quien la estaba controlando, pero en esa ocasión las cosas eran muy diferentes.

¿Qué haría si se enteraba de todo? ¿Cómo actuaría después de recuperar cada uno de sus recuerdos?

Mordí la parte interior de mi mejilla al sentir nerviosismo, el que obtuviera su pasado precisamente en esos momentos no era algo que nos beneficiaría a decir verdad.

— Quizá lo mejor sea esperar hasta que tu mente te lo recuerde por sí misma.— aconsejé, queriendo huir de ese tema.

— ¿Tan malo es?

Sí, era muy malo.

Y no me refería únicamente a la razón por la cuál estaba en ese lugar, sino también por todo lo que venía detrás de aquel suceso.

— Olvidémonos de eso por ahora.

— Necesito saber.

— Y yo necesito que me hagas caso, por favor.— le pedí.

— ¿Por qué tendría que hacerle caso, doctor?— inquirió y estaba seguro de que si no tendría puesta la camisa de fuerza se habría cruzado de brazos— Su actitud conmigo no fue la mejor de todas como para que ahora me esté pidiendo cosas.

Una pequeña sonrisa surcó por mis labios.

Me sorprendido, debía de admitirlo, estaba maravillado con esa parte de su personalidad, tanto así que pedía poder seguir entablando más conversaciones con ella sin que la debilidad apareciera.

— ¿Por qué sonríe?— quiso saber.

— Echaba de menos verte y oírte así de segura. Me enorgullece poder decir que la antigua Alejandra ha regresado.— confesé, sin detenerme a pensar con claridad.

— No lo estoy entendiendo.

— Es mejor así, con el tiempo sabrás de qué hablo.

— ¿Por qué tengo que esperar? Es tan injusto.— hizo un tierno mohín.

— Las mejores cosas se hacen esperar, además...

— No puedo esperar cosas mejores estando aquí adentro.— dijo lo obvio, interrumpiendo mi frase motivacional.

— Está bien.— soplé, quizá no era tan agradable su actitud después de todo— Dime, ¿Con quién hablabas antes de que yo llegara?

Solo eso bastó para que su postura cambiara, dejó de mostrarse fuerte a ser alguien débil y con miedo. Comenzó a mirar hacia todos lados, dando a entender que estaba preocupada.

Negó incontables de veces mientras que se mordisqueaba el labio inferior.

— Con… con nadie— musitó, tratando de oírse segura.

Si ella supiera que la conocía tan bien que hasta sabía cuándo decía la verdad, no se molestaría en ocultar la realidad.

— No me mientas, Alejandra.

— No miento, no estoy entendiendo a dónde quieres llegar.

— ¿Hablabas con esa silueta de ojos rojos?— recordé aquellas veces en las que ella me había contado sobre sus apariciones repentinas y oscuras.

Fue entonces cuando sus pupilas se dilataron débilmente, haciéndome saber lo mal que estaba, y que el cambio de personalidad estaba ocurriendo.

Creía que esa vez todo sería diferente, tenía la esperanza de que esa vez no actuaría de esa forma, que se mantendría fuerte. Pero, en cambio, ahí estaba, a punto de demostrar qué tan lejos habían llegado su demencia y sus trastornos.

La locura la llevaba más bajo con cada recaída.

— Yo… él… debes de sacarme de aquí, por favor.— suplicó, acercándose a mí.

— Él no existe, solo está en tu imaginación.— le aclaré.

— ¿No lo entiendes? Él viene por mí, quiere matar a Alejandra. Tienes que ayudarla, Eddie.— explicó con desesperación.

Cerré mis párpados con fuerza.

Una vez más se refería a ella en tercera persona... otra vez ese jodido diminutivo.

— Me llamo Ed.— recalqué, observando como su cuerpo temblaba.

— ¡Ayúdame! Dile que me deje tranquila.— rogó, y pude ver las lágrimas rodando por sus mejillas.—Por favor.

Quise abrazarla, quise tranquilizarla y decirle que todo estaba bien. Pero no lo hice, aunque mi corazón doliera por no poder ayudarla, me quedé en silencio mientras que la puerta se abrió detrás de mí.

— ¿Qué sucede?— indagó Léonard.

— Necesito que me dejen salir, por favor.— esa vez se dirigió a mi jefe.

— Oh, cariño, lo siento tanto.— dijo él, limpiándole las lágrimas.

Apreté mis dientes y desvié la mirada cuando ya no pude soportarlo más. Me dolía verla de esa forma, tan vulnerable y moldeable, pero también me molestaba el actuar de él.

Un demonio disfrazado de ángel, eso era Léonard Ferrer.

Podía hacer como si no entendía nada, como si jamás noté sus intenciones y no tuviera conocimiento a las acusaciones que había recibido a lo largo de los años, pero ¡Joder! Era tan imbécil que ya no podía controlarse. Sabía lo que quería con ella, sabía que lo que más detestaba no era que Alejandra tuviera una recaída, sino que todo su plan se había ido por la borda. Todo afecto que él le brindó, toda cercanía había sido borrado. Tenía que volver a empezar si quería intentar algo, recorrer aquel camino que tanto le gustaba atravesar para llegar al lugar macabro que tanto quería.

Léonard podía olvidar que era un profesional, que tenía una esposa y que era dueño de un psiquiátrico en cuanto una nueva víctima se le pusiera en frente. Ni siquiera hacia falta que las mujeres se le insinuaran, tampoco que hicieran el papel de «difícil», solo bastaba que él le echara el ojo para que todo sucediera... fuera con o sin consentimiento, le daba igual porque siempre se salía con las suyas.

A regañadientes, dejé que la tranquilizara sin quitarle los ojos de encima en ningún momento. Me pude haber ido y dejarlos solos, pero ese hubiese sido el peor error que hubiera cometido jamás. No me perdonaría nunca que ese asqueroso hombre pusiera sus sucios dedos sobre Alejandra, primero muerto antes de permitir algo así.

Además, no sabíamos qué tan fuerte había sido la recaída, no teníamos conocimiento de hasta dónde podría llegar su fallada mente. Tampoco estaba seguro hasta dónde podía llegar la maldita perversidad de mi jefe, y no me apetecía descubrirlo.

No quería dejarla en sus manos sabiendo que, si llegaba a pasar algo, se convertiría en un gran problema tanto para mí como para él. La cabeza de Alejandra ya le hacia demasiado daño, no quería imaginarme si a eso le agregábamos una cosa más y sobre todo si su personalidad débil estaba presente. Había tenido la oportunidad de conocer su lado fuerte, y quedaba claro que si Léonard decidía divertirse estando éste funcionando sería un mayor error.

Quizá Cabrera podía mostrarse inofensiva, pero la conocía, sabía su historia y apostaba a que si tomaba coraje nadie tendría intenciones de meterse con ella.

Una vez que su crisis había desaparecido por completo, le quitamos la camisa de fuerza, y la guiamos hasta su antigua habitación.

Ella parecía más relajada debido a la píldora que Léonard le había ofrecido, acompañadas de caricias no muy desapercibidas. Podía notar el poder que él ejercía sobre ella, como la manejaba a su gusto y la doblegaba. Quizá porque aún no comprendía la realidad y no era consciente de peligro que corría estando entre los brazos de ese hombre. A lo mejor creía que él era una buena persona, y por eso dejaba pasar su comportamiento morboso que ya casi le era imposible de ocultar.

Ese hecho era el que más me preocupaba, y me dejaba con los pelos de punta. Pero sabía que Matthew estaba siempre de guardia en la puerta, y tal vez eso ayudaría al menos un poco. Aunque, recordando lo que había sucedido esa mañana y también su manera de ajustar de más las correas de la camisa, supuse que de nada serviría que estuviera vigilando. Sin mencionar que solo bastaría una palabra del dueño del lugar para que dejara su puesto inmediatamente, cosa que, si llegaba a ocurrir, dejaría a Alejandra en peligro. Eso era una clase de motivación, y a su vez se convertía en una obligación que me impedía a abandonar el caso. Así que por más estuviera cansado y harto de la situación, seguiría trabajando hasta que Cabrera pusiera los dos pies fuera de ese edificio.

Mi mente me pedía que la ayudara con Ferrer, o al menos intentarlo, y eso era lo que iba a hacer.

Por su forma de reaccionar, sabía que ella no podría hacerlo sola, todavía le faltaba tiempo y recuperar la valentía que había mostrado antes. Y, conociendo el poder que tenía Léonard, era muy probable que él saliera victorioso en todos los sentidos de la palabra.

— ¿Crees que en algún momento mejorará?— me preguntó, viendo el cuerpo tumbado sobre la cama. Alejandra se había dormido hacia muy poco.

Pestañé un par de veces para controlar mis pensamientos.

— Su trastorno de personalidad no ayuda, es como si en esta recaída hubiera aumentado.— sabía que no era el único problema en ella, pero era el más notorio.

— ¿A qué te refieres? ¿Te ha mostrado algún indicio?

— Cuando fui a verla, Campos me dijo que la escuchó hablando sola...

— Pudo haberse equivocado.— me cortó. Ni siquiera él confiaba en la capacidad de los hombres de seguridad.

— Después pude ver con mis propios ojos como parecía hablarle al aire.— finalicé.

— ¿Supiste qué dijo?

— Lamentablemente no.— Léonard suspiró— Pero conozco de qué tratan sus alucinaciones...

— ¿Y de qué nos sirve eso?— inquirió, volviéndome a interrumpir.

Hice tronar los huesos de mi cuello.

No me gustaba que no me dejaran terminar de hablar. Maldito idiota, le estaba comentando algo importante y él con sus estúpidas preguntas cada cinco segundo.

— Le pregunté por esa supuesta silueta que dice ver.— seguí contando.

— ¿Y qué pasó?

— Noté como sus pupilas se dilataban.

— El cambio de personalidad.

— Así es, pasó de estar tranquila y segura, a ser un majo de nervios.— dije, volviendo a recordar que ya había pasado otras veces— Comenzó a llorar y a decir que él quería matarla.

Mi jefe chasqueó la lengua.

— Si pudiera notar la realidad...— se lamentó.

Si pudiera notar la realidad ya te hubiera dado una tremenda paliza por morboso, pensé.

Y la verdad era que daría todo lo que tenía por ver como Léonard recibía al menos una pizca de todo lo que se merecía. Pero supuse que ya habría una oportunidad de que alguien le parara el carro y le hiciera ver la equivocación que cometió.

— Hay que esperar.— musité.

— Tienes razón.— estuvo de acuerdo aun cuando no sabía con exactitud a qué se referían mis palabras— Espero que en unos días vuelva a ser la misma. No soporto verla de esa forma.— rodé los ojos al oírlo.

Podía sonar amable, pero era todo lo contrario.
Su manera de observarla dormir era repugnante, el como la detallaba de pies a cabeza antes de lamer sus labios. Su sonrisa estúpida mostrando claramente sus intenciones, te invitaba a golpearlo tan fuerte hasta quitarle los dientes.

Había dejado de lado su manera de enmascarar sus acciones; parecía ya no importarle lo que llegáramos a pensar sus empleados al verlo de esa forma, aunque habían pasado años desde la primera acusación, por lo tanto, era más que obvio que a nadie le interesaría ni molestaría. Mi jefe había abandonado por completo toda racionalidad, se olvidó que debía de estar lejos de sus pacientes, y centrarse en su trabajo y su hogar. ¿Acaso no pensaba en su esposa? ¿No la amaba? ¿No le gustaba pasar tiempo con ella? ¿De esa manera le agradecía los tantos años que habían pasado juntos? ¿Las quejas y denuncias no habían sido suficiente para que decidiera tomar un camino mejor? ¿Hasta cuándo tendría vendado los ojos por la lujuria? Supuse que no le importaba serle infiel a su esposa; ni pensar en otras mujeres cuando debería de tenerla siempre a ella presente en su mente, podría incluso apostar que no le tenía respeto a su matrimonio, y que las promesas que había dicho en el altar solo eran palabras vacías.

Léonard era quien debía de estar internado en ese lugar, y no ser su dueño. Ese hombre era un desgraciado que quería morder más de lo que podía masticar.

Aun sabiéndolo todo, me encontraba atado de manos, no podía hacer nada, por lo menos no yo. Solo tenía que cuidarla a ella, porque sabía que estaba en riesgo… o eso creía.

Alejandra Cabrera era quien importaba, lo demás hallaría su lugar con el paso del tiempo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro